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Modelo de comentario de un fragmento de Robinson Crusoe

MODELO DE COMENTARIO DE UN FRAGMENTO DE ROBINSON CRUSOE,
DE DANIEL DEFOE
Esquema:
  1. Contextualización del texto en la obra total del autor (incluye un resumen de la obra y otro del fragmento, así como la localización del fragmento en el texto), movimiento literario, periodo histórico, estética…
  2. Análisis y estructura del contenido:
- Tema principal y secundarios del fragmento, y su relación con otros de la obra a la que pertenece.
- Estructura del contenido, con referencia a la temática en cada parte.
  1. Expresión: género, subgénero, recursos estilísticos…
  2. Valoración crítica (cierre o conclusión).

Encontrándome a salvo en la orilla, elevé los ojos al cielo y le di gracias a Dios por salvarme la vida en una situación que, minutos antes, parecía totalmente desesperada. Creo que es imposible expresar cabalmente, el éxtasis y la conmoción que siente el alma cuando ha sido salvada, diría yo, de la mismísima tumba. En aquel momento comprendí la costumbre según la cual cuando al malhechor, que tiene la soga al cuello y está a punto de ser ahorcado, se le concede el perdón, se trae junto con la noticia a un cirujano que le practique una sangría, en el preciso instante en que se le comunica la noticia, para evitar que, con la emoción, se le escapen los espíritus del corazón y muera: Pues las alegrías súbitas, como las penas, al principio desconciertan.
Caminé por la playa con las manos en alto y totalmente absorto en la contemplación de mi salvación, haciendo gestos y movimientos que no puedo describir, pensando en mis compañeros que se habían ahogado; no se salvó ni un alma, salvo yo, pues nunca más volví a verlos, ni hallé rastro de ellos, a excepción de tres de sus sombreros, una gorra y dos zapatos de distinto par.
Miré hacia la embarcación encallada, que casi no podía ver por la altura de la marea y la espuma de las olas y, al verla tan lejos, pensé: «¡Señor!, ¿cómo pude llegar a la orilla?»
Después de consolarme un poco, con lo poco que tenía para consolarme en mi situación, empecé a mirar a mi alrededor para ver en qué clase de sitio me encontraba y qué debía hacer. Muy pronto, la sensación de alivio se desvaneció y comprendí que me había salvado para mi mal, pues estaba empapado y no tenía ropas para cambiarme, no tenía nada que comer o beber para reponerme, ni tenía alternativa que no fuese morir de hambre o devorado por las bestias salvajes. Peor aún, tampoco tenía ningún arma para cazar o matar algún animal para mi sustento, ni para defenderme de cualquier criatura que quisiera matarme para el suyo. En suma, no tenía nada más que un cuchillo, una pipa y un poco de tabaco en una caja.

Nos encontramos ante la novela comúnmente conocida por Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe (Londres, cerca del 10 de octubre de 1660-Moorfields, Londres, 5 de mayo de 1731), autor ilustrado que inicia, para muchos, la novela moderna inglesa con un libro que podemos incluir dentro de lo que se ha llamado libro de viajes: narrativa que, aprovechando a menudo testimonios reales de viajes o sucesos acaecidos en lejanas tierras, sirva como medio para criticar o mostrar la propia realidad europea desde otros puntos de vista.
Defoe tuvo una educación puritana, fue comerciante, se arruinó varias veces, ejerció de periodista y de espía y visitó la cárcel, pues tomó parte muy activa en la propaganda política de la época. Publicó, además de panfletos, sátiras y libelos, y una vez publicada su afamada Robinson Crusoe (1719), otras novelas como Capitán Singleton (1720), en la que el protagonista viaja por los diversos mares del mundo; Memorias de un caballero (1720), novela de carácter histórico que se desarrolla en el s. XVII; Moll Flanders (1722), autobiografía de una niña que queda abandonada cuando su madre es deportada: un intento de picaresca femenina al igual que Lady Roxana (1722), supuesta autobiografía de una mujer zarandeada por la vida y el amor. También debemos citar las otras dos obras con Robinson como protagonista: la novela Las nuevas aventuras de Robinson Crusoe (1719) y el ensayo Serias reflexiones sobre Robinson Crusoe (1729).
La novela a la que pertenece este fragmento obtuvo un enorme éxito y no deja de ser una epopeya del esfuerzo racional del hombre por vencer a la naturaleza. Encontramos en ella el tema del héroe aventurero: hombre que se sube a un barco que lo llevará a un mundo imaginario o real, pero que en cualquier caso le hará poner a prueba su inteligencia, su capacidad de supervivencia y su habilidad para resolver problemas prácticos. A su vez está presente el tema de la soledad del ser humano, que trasciende la Ilustración y llega hasta nosotros pleno de vigencia y podemos encontrar la lucha racional de Defoe entre su educación puritana, y lo que su razón le dicta al respecto de esta doctrina religiosa.
Robinson Crusoe es una falsa autobiografía, escrita en parte a modo de diario, que narra las peripecias de su protagonista, quien siendo joven desoye los consejos de su padre y se aventura en un barco para conocer mundo. Tras caer en manos de un árabe que lo hace su esclavo y darse a la fuga, para luego ser rescatado por un navío que se dirigía a Brasil capitaneado por un portugués, se instala en dicho país y consigue establecerse en una fructífera plantación de azúcar. Pero esa estabilidad y prosperidad no es freno para volver a la mar en busca de nuevas aventuras. Esta vez, el naufragio acaba con la vida de todos los tripulantes salvo él, quien superará un aislamiento de veintiocho años en esta Isla situada frente a la desembocadura del río Orinoco. Robinson supera con las cualidades del héroe aventurero citadas arriba su estancia en la Isla que hace suya, y se encuentra solo hasta que un día ayuda a un salvaje, al que pone el nombre de Viernes, a huir de sus enemigos y captores caníbales. Luego se van sumando otros personajes a la narración hasta que por fin abandona la Isla en un navío inglés después de haber ayudado a su capitán a recuperar el mando perdido tras un motín. Ya en Europa, nos seguirá narrando aventuras por tierra, como su batalla con los lobos, y dará cuenta de la situación privilegiada en la que ha quedado, gracias a su trabajo realizado en Brasil y a las buenas amistades que dejó administrándolo. Por último, hemos de nombrar el Prefacio del autor (entiéndase como prefacio de la continuación de esta novela), por la importancia que tiene su crítica a la sociedad colonialista inglesa, y a la hipocresía a la hora de poner en práctica las sagradas escrituras:
Mi amo solía leer en la Biblia que Dios había dado la tierra a la primera pareja para que la poseyera: supongo que serían ingleses, pues él no tuvo reparo en escribir que toda la isla (a cualquier cosa se le llama país) era de su absoluta propiedad y que tenía un derecho indiscutible de dominio. ¿Es eso lo que se llama colonizar? ¿Pues no decía él que Dios había creado todas las cosas? ¿Por qué tenía que ser suya una isla sólo por haber naufragado en ella? ¿Quién fue el primero que dijo «esto es mío» para expulsar a los demás? ¿Es posible que haya habido alguna vez una edad dichosa en que se desconocieran las palabras tuyo y mío? ¿Quién trazó las fronteras? —hizo una pausa—. Creo que no debería haber leído tanto. Ya dijo el sabio que quien añade ciencia añade dolor.
(Palabras de Viernes a su autor, Daniel Defoe: pura metaliteratura).
El fragmento a analizar corresponde al principio del capítulo IV, concretamente cuando Robinson arriba a la Isla y de entrada da gracias al cielo por haber salvado la vida, aunque poco después, cuando cae en la cuenta del lugar en el que se encuentra y de los peligros que ello conlleva, desaparece la sensación de alivio y enumera los pocos utensilios que tiene a su disposición. Es el comienzo de su aislamiento y si se divide la obra en tres partes (el antes, el durante y el después de la Isla), el principio de la segunda parte.
El tema de este fragmento es la dicotomía que se dará en toda la novela: salvación frente a condena. Un tema que desarrolla continuamente en la observación del estado de ánimo del protagonista, pues pasa de un estado de alegría a otro de desesperación o tristeza, al observar cualquier señal que le produzca miedo. Aquí deberíamos recordar la probabilidad de que Defoe hubiera leído y en parte, tomara como modelo, la historia de Alexander Selkirk, un marinero que tras la discusión con su capitán decidió quedarse en una isla desierta en la que sobrevivió durante cinco años, hasta cuando fue rescatado por el navío del capitán Rogers, quien más tarde publicara la historia junto a otro capitán (Cooke). En ambas historias se observa el paso de la desolación, a la resignación y de esta al equilibrio interno. Y en la obra que nos concierne es de suma importancia en la evolución citada, el tratamiento del miedo y de la ansiedad que hace el narrador.
Formalmente destaca por su realismo, la forma autobiográfica y las detalladas descripciones. Pero es en el sentido alegórico de la historia donde radica la fuerza de esta novela, que critica muchos aspectos de la sociedad inglesa de la época y que tal vez se puedan trasladar al ahora.
El fragmento se puede dividir en tres partes atendiendo a la temática que observamos en ellas: la primera se corresponde con el primer párrafo, en donde nuestro protagonista expresa la grata sensación que le produce la salvación; la segunda parte la conforman los dos párrafos siguientes, en los que el autor muestra confusión; y una última parte que corresponde al último párrafo en el que se observa cómo tras la observación detallada de su situación, el protagonista se cae en la desolación.
Al igual que la novela el fragmento está narrado en primera persona, a modo de autobiografía, de ahí que podamos observar el diálogo consigo mismo propio de quien se encuentra en soledad. Son muchos los tiempos verbales que dan forma al desarrollo de los pensamientos de Robinson: partiendo de un gerundio que lo sitúa sobre la orilla de su nuevo reino, utiliza todo tipo de tiempos: pretérito perfecto simple de indicativo (elevé, di, comprendí, caminé…), tiempo dominante en el fragmento y el más frecuente de la narración; pretérito imperfecto de indicativo (parecía, tenía, debía); presente (creo, es, siente, tiene, está…); pretérito perfecto compuesto de indicativo (ha sido salvado); condicional simple de indicativo (diría yo) y pretérito imperfecto de subjuntivo (quisiera).
Defoe utiliza recursos para expresarse de forma clara y directa y para hacerse comprender y llegar su mensaje. En el primer párrafo encontramos un símil en el que compara el perdón que se le concede a un condenado a muerte con su propia salvación para hacernos entender la fuerza de las sensaciones que está viviendo, para concluir a modo de axioma y a través de una cita: Pues las alegrías súbitas, como las penas, al principio desconciertan.
En el texto se observa un recurso frecuente del autor: usar el diálogo en estilo directo para hablar consigo mismo, en este caso formulando una pregunta retórica que expresa la incredulidad de estar vivo: «¡Señor!, ¿cómo pude llegar a la orilla?».
En el último párrafo encontramos una paradoja que sintetiza su estado de ánimo final: me había salvado para mi mal. Nuestro protagonista está vivo, pero en la peor de las situaciones a las que se había enfrentado hasta ahora. Comienza el análisis de la situación, el comportamiento racional que no solo le salvará, sino que le proporcionará hasta ciertas comodidades durante su estancia en la Isla, y que en el fragmento se observa en la descripción de los utensilios que posee y aquello que está ausente, así como en los peligros que le acechan.
Nuestro personaje luchará constantemente contra las desoladoras sensaciones por encontrarse solo y recurrirá, como inglés educado en el puritanismo, y aunque hasta ahora lo tuviera olvidado, a Dios, y a la lectura de la Biblia, para soportar su situación. Pero son las cualidades del héroe aventurero de la Ilustración: la inteligencia, la habilidad y la capacidad de supervivencia, las que harán que esta aventura encuentre un final feliz.

La producción literaria de Defoe basta para situarlo en un lugar de honor de la historia de la literatura en lengua inglesa, pero los tres libros dedicados a Robinson Crusoe lo convierten además en uno de los clásicos más fructíferos y populares de la literatura universal y, en palabras de James Joyce, en el padre de la novela inglesa

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